Desde que conocí a la nación jíbara (awajun-wampis) año 1975,
no fue difícil entender que se trataba de otra nación, otro mundo, otras gentes
distintas con sus costumbres y sus idiomas. Un diálogo extenso (más de 4 horas)
con el apu de apus de ese entonces Daniel Dánducho, pude aprender lo que no se enseña en colegios ni universidades
acerca de nuestra realidad nacional.
Me obliga esta evocación al ver cómo la
llamada democracia y su política se prostituyen, que aflora en temporadas como
ésta, que las calles y plazas se convierten en mercados, las paredes en murales
propagandísticos y la competencia ya no es de candidatos o personas, si no de
quién tiene más dinero para publicitarse.
Reflexión que me vuelve a llevar a esa OTRA
NACION, en la que también hay candidatos postulantes a gobiernos locales; PERO,
allá no hay paredes para pintar, no hay medios para publicitarse. Allá se
exhiben y exponen PERSONAS que se muestran tal como son, no hay «doctores» ni
otros títulos con los que creen se atraen electores. No obstante, las pésimas
costumbres occidentales intentan e insisten malear la esencia de nuestra
democracia DE LA OTRA NACION; aún hay resistencia para mezclarse con los
mercachifles de la politiquería, allá se someten a la evaluación o veredicto
popular quienes realmente tienen méritos y no los que tienen más dinero; porque
ese circulante que todo lo compra y todo lo puede, en los verdaderos indígenas,
si existe, no abunda para botarlo en pinturas y esmaltes, en gigantografías o
volantes.
Es obligación moral y profesional de los
medios verdaderamente RESPONSABLES, cuidar a esa OTRA NACION para que no la
contaminen con las perniciosas costumbres de los «occidentales».
Salvo mejor parecer.
Nororientalmente:
EL DIRECTOR.
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